Como reza el título de este blog,
"todo empieza con un sueño" y ya sabéis qué yo soy muy soñador.
He soñado tanto que aveces no sé cuando he estado despierto y cuando durmiendo.
De aquel niño soñador, que veía a
su abuelo con la Derbi Variant y a
su padre las carreras narradas por Valentín Requena y que jugaba con maderas decoradas a modo de las derbis de Aspar y Nieto en el pasillo de casa con su hermano, hasta el día de hoy ha llovido un huevo.
De esos días que pasaba jugando con motos lo único que no ha cambiado es que desde muy pequeño sus padres le dijeran que :
-Las motos son muy peligrosas.
(A día de hoy me lo dice hasta mi mujer y mi hijo).
Pero el niño contestaba:
- A mí no me da miedo.
He pasado los días subido en "una moto" de madera, corriendo de un lado para otro del pasillo con mi hermano en casa, tumbando hasta tocar el suelo o la pared y rasparnos las rodillas, y nunca nos cansábamos. Soñábamos que corríamos en un circuito, y hasta ahí los cachondos de nuestros padres decían: "las motos son peligrosas".
Una de las cosas que siempre he querido, era una moto. No la tuve ni para ir al instituto hasta ya muy mayor y porque me la compré yo. Ni mucho menos podría llegar a tener la remota idea de tener una para correr. Como alguien iba a ser piloto en una familia humilde y futbolera. Son de esas cosas que un niño anhela pero no dice, porque no toca, o simplemente porque ni se lo llega a plantear con fe.
Pero que hubiese pasado si..... poneos a imaginar por un momento. Por ejemplo, un niño un día escribiendo la carta a los reyes pide una moto de carreras.
Quizás hubiese sido así:
Cuando el pequeño Rafa abría los regalos de Reyes no se podía imaginar la sorpresa que le tenían preparada sus padres; Ssss no le digáis a nadie que los reyes son los padres. Yo hace poco que lo sé.
Delante de sus ojos había un gran paquete con un lazo de esos para regalos. Rafita empezó a abrirlo atacado por los nervios. Cuando rompió el papel de envoltura y comenzó a ver de qué se trataba, no podía creer de que se trataba. No podía creer lo que sus ojos veían, era como un sueño. ¡Una moto! En ese momento era el niño más feliz del mundo. Gritaba de alegría. Estaba impaciente por usar la moto en un circuito de motos.
Probó la moto y enseguida pensó que estaba todo controlado. Sus padres disfrutaban viéndolo disfrutar y lo feliz que era con la moto. Y el gen competitivo apareció y vieron que iba deprisa y podía competir. Fue mejorando y entrenando hasta que un día llegó el gran día.
Así empezaron a sucederse las carreras. Casi siempre quedaba en buenos puestos e incluso alguna ganaba. Pero como es sabido hay dos tipos de moteros, los que se han caído y los que se van a caer. Y ese día llegó. Fue un gran susto. Una aparatosa caída les hizo pensar a sus padres que le iba a costar la vida. Le llevaron al hospital pero el doctor constató que no tenía nada serio y que era un chico fuerte. Finalmente todo quedó en un susto muy grande, pero nada más. Ni de lejos suficiente para que desistiera de querer correr en moto. Fin.
Y aunque este bonito cuento se ha acabado.......eso mismo es lo que pienso cada día desde que me caí en San Javier; quiero volver a correr en moto.
Los que no habéis experimentado lo que se siente en una moto quizás no me comprendéis. Llegar con el motor a tope de vueltas a final de recta y frenar lo más tarde posible bajando marcha y notar como al entrar en la curva la deslizadera rasca el asfalto. Como al abrir gas la rueda trasera pierde tracción y desliza ligeramente queriendo cruzarse y no cortas y luego vuelve a agarrar. Eso no se puede explicar. O lo vives o no lo sabes.
Pero quizás comparable a la sed de sangre incontrolable que sienten los vampiros en las pelis.
Y colorín, colorado, está entrada se ha acabao. AloHaaa!!
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